martes, 6 de octubre de 2015

Confesando

Clavados en su propio deseo
se funden sin tregua, cobijados por la noche,
destruyéndose... en el húmedo recuerdo por el día.
Deslizándose contra el ventanal,
con el tanga enredado entre los dedos,
Ella vibra por tocarle,
vestido o desnudo,
dormido o despierto,
resbalando entre sus muslos
un deseo febril,
                     arrebatador y fiero.
Él lo percibe intensamente,
mientras muere vehemente
por desasirse de sus feligresas
de la misa de las ocho
o arrancarla a mordiscos de su mente.
Lo nota en el botón del pantalón,
que ha enloquecido a traición,
abrasándolo en su propio fuego.


Balbucea incoherencias,
se lo aprecian las parroquianas del primer banco,
cree verla en cada una de ellas
aunque ya no acude a las liturgias
desde que comparten confesionario.
Justo en eso está pensando
y la lascivia la devora,
''la última vez'', se jura otra noche,
aun sabiendo que se ahogará si Él no la toca.
''La última vez'', se hace eco Él
mientras recita un pasaje de Mateo,
sabiéndose extraviado sin esos pezones erectos,
sabiéndose hombre perdido
por un confesionario de gemidos,
de estallidos, de éxtasis y de truenos.



© Lucía Navarro Luna